TRASTORNO DEL ESPECTRO AUTISTA

¿Qué son los trastornos del espectro autista y cuáles son sus características?

Los trastornos del espectro autista son un conjunto amplio de condiciones que afectan al neurodesarrollo y al funcionamiento cerebral, dando lugar a dificultades en la comunicación e interacción social, así como en la flexibilidad del pensamiento y la conducta. Tiene un origen neurobiológico y acompaña a la persona el resto de su vida, aunque sus manifestaciones y necesidades cambian en función de las diferentes etapas del desarrollo.

Se presenta de manera distinta en cada caso, por eso las necesidades individuales son muy heterogéneas. Afecta de manera fundamental a la esencia social del individuo y a su capacidad para responder adaptativamente a las exigencias de la vida cotidiana.

A nivel de calidad de vida, impacta no sólo en la persona que lo padece, sino en toda su familia. Requiere un abordaje integral de las necesidades de la persona, orientando a facilitar apoyos especializados y basados en evidencias científicas que promuevan su calidad de vida y el ejercicio pleno de sus derechos.

Es una discapacidad que no lleva asociados rasgos de apariencia física externa, por lo que es denominada “discapacidad invisible”.

 

¿Qué los causa?

No existe ninguna causa concreta que determine el por qué de la aparición de los Trastornos del Espectro Autista, aunque sí que existe una fuerte implicación genética en su origen. Debido a la gran variabilidad que presenta este tipo de trastornos, se apunta también a la posibilidad de la interacción de aspectos genéticos con diferentes factores ambientales, aunque son elementos que no están identificados y que aún precisan de un largo proceso de investigación.

 

¿Cuántos casos hay?

En la actualidad, la prevalencia se sitúa en torno a 1 de cada 100 nacimientos, pero al no existir datos contrastados de diagnósticos en edades adultas es complicado saber el número de casos concretos.

 

¿Qué posibilidades hay de que otro hijo pueda tener un trastorno de este tipo?

El hecho de existir en una familia un hijo con TEA provoca el planteamiento de la probabilidad de que un siguiente hijo pueda estar también afectado.

La respuesta a esta pregunta no es fácil y dependerá mayormente de si se identifica o no la procedencia genética del trastorno, algo que en la mayoría de los casos no es posible. Siendo así, estudios estadísticos y de investigación sitúan que para las familias que tienen un hijo con un trastorno de este tipo, la probabilidad de tener un siguiente hijo también afectado es de en torno al 10%, porcentaje que se multiplica por tres para los casos de familias con dos miembros ya diagnosticados.

DETECCIÓN

Cada niño con TEA es diferente a los demás, y la edad de detección puede varias según los casos, pero a pesar de todo ello, existen señales de alerta que hace recomendable una valoración exhaustiva profesional de su desarrollo. Además, al no existir pruebas médicas ni biológicas para su detección, no es hasta la edad en torno a los 18 y 24 meses cuando, mediante la observación de los siguientes factores de alerta descritos, se puede detectar:

(Los factores a continuación detallados son determinantes en un diagnóstico de TEA pero de manera aislada no implican que un niño o niña tengan un diagnóstico de trastorno del espectro autista, aunque sí que tienen que servir en todo momento para favorecer la derivación a estudio y evaluación especializada de los mismos).

Hacia los 12 meses de edad puede ocurrir: falta de balbuceo, señalar para pedir objetos, no reconocer su nombre ni responde a las llamadas, no implicarse en juegos interactivos típicos de los niños de su edad (“cucú”, “palmitas”, …). Entre los 12 y 18 meses falta de prerrequisitos fundamentales del lenguaje como son el decir palabras sencillas o la ausencia de balbuceo social con adultos. No enseñar objetos, ausencia de imitación, respuesta inusual ante determinados estímulos auditivos… Sobre los 2 años de edad ausencia en su lenguaje oral de frases de dos o más palabras, no implicarse en juegos compartidos o dificultades para mantener el contacto ocular. Son comunes también los movimientos repetitivos y esteriotipados, movimientos motores extraños.

TRATAMIENTO

En la actualidad, los TEA no tienen cura, pero si existe evidencia científica de que con una detección y atención temprana especializada e intensiva se mejora significativamente su desarrollo y la calidad de vida, tanto de la persona que lo padece como de su familia.

Entre todos los programas de intervención, existe un nexo común que es el hecho de que deben de ser programas individualizados, estructurados, y que deben implicar de forma intensiva a todos los entornos de la persona y deben incluir la familia de la persona con TEA, tanto en la detección como en el desarrollo de sus habilidades.

Saber potenciar y utilizar los puntos fuertes de las personas con TEA, como puede ser su capacidad en las habilidades visuales, así como sus intereses, nos ayudará a crear recursos de apoyo. Es muy importante estructurar su entorno haciéndolo más comprensible para ellos, ayudando de esta forma a fomentar su independencia y reducción de los niveles de ansiedad. Todos los programas de apoyo tienen que estar enfocados al desarrollo de sus habilidades comunicativas y sociales.

Las necesidades de la persona con TEA van cambiando a lo largo de su ciclo vital y los recursos de apoyo se deben ir adaptando a las diferentes etapas, jugando un papel fundamental la necesidad de que existan recursos educativos individualizados y especializados, a lo largo de toda su vida, así como un apoyo permanente a las familias, profesionales y servicios comunitarios que permitan su inclusión. Una vez alcanzada la etapa adulta, todos los recursos se tienen que volcar en torno a conseguir un vida lo más independiente posible, empleo y actividades ocupacionales, no abandonando su formación permanente.